¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
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¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
Prefacio
Ya sabeis, críticas y comentarios ayudan a mejorar, así que estoy abierta a toda clase de opiniones, positivas y negativas. Más de una vez me he planteado continuar esta historia, pero es solo una idea de proyecto, no es seguro... he pensado que si dejo esto por aquí, la opinión de mis conocidos me puede ayudar a decidirme. ^^El Sacrificio
Incienso. Una humareda espesa, cargada, blanquecina, que se extendía formando singulares espirales hacia los arcos sujetos por las altas columnas poligonales que conformaban los pilares que sustentaban la amplia, inmensa y solitaria catedral. Pese a las coloridas y variopintas vidrieras repletas de santos y pasajes bíblicos, estaba oscuro en el interior. Fuera, llovía intensamente. En el cielo gris, tempestuoso y revuelto, retumbaba con la fuerza de mil tambores una marabunta endemoniada de truenos que, junto con los fugaces e intensos rayos que rasgaban el cielo iluminándolo, dejaban tras de sí centellas que resplandecían confiriéndole a la bóveda celestial un aspecto terrorífico en aquél desenfrenado pandemónium de incesantes gotas cayendo.Sobre el marmóreo suelo de sencillo entramado geométrico descansaba un altar de piedra cubierto con su respectivo paño, largo y albo de suave algodón que estaba rematado por un delicado encaje de cálices, panes, espigas y peces. Y encima de este, algo que no encajaba. Cierta presencia que no debía estar allí. El cuerpo desnudo de una muchacha semiinconsciente, seguramente debido al efecto de algún tipo de droga, que hacía acopio de fuerzas para librar una batalla contra los grilletes y cadenas que la aprisionaban totalmente inútil, pues el acero de las mismas constituían un guardián inexpugnable, clavándosele en la nívea y aterciopelada piel. De uno de los laterales del magnífico retablo principal, que representaba en madera de roble y marfil la pasión y muerte de Jesucristo, salió un sacerdote ataviado con la vestimenta completa de los oficios, y sobre el atril depositó un libro que distaba mucho de ser la Biblia o los Santos Evangelios.
El sacerdote elevó una de las comisuras del labio, esbozando algo que parodiaba a una sonrisa, un gesto socarrón y tosco que siguió de un brillo cruel y pérfido en el mirar. La chavala allí tendida pareció recuperarse ligeramente de su adormecimiento bajo el fugaz brillo metalizado del puñal que aquél espantoso hombre de aspecto nauseabundo había sacado del interior de sus vestiduras. El impío cura, si es que lo era, dirigiéndose a los pequeños platos de bronce situados en diversos puntos del suelo, sacó una caja de cerillas del bolsillo, con las que fue encendiendo una por una las velas negras que se hallaban extendidas sobre las losas, dejando ver el líquido granate, algo engrumecido que enlazaba mediante finas lineas los candiles de las velas, formando un pentáculo que se antojaba fantasmagórico ante la sutil llama de las velas. Abrió también el sagrario de plata, y en su interior se advertía lo que parecía la cabeza de un macho cabrío disecada, con los cuernos retorcidos, la boca entreabierta y mirada perdida y trasojada. En esta estampa, de película de serie B, y de esa guisa, el sacerdote, impasible ante los intentos de la chica que forcejeaba a sus espaldas por liberarse de su opresión sin éxito, aún más viva que antes y con el terror en los ojos de quien había visto, por primera vez hasta entonces, una mano lánguida, pálida al borde de lo amarillento, que se entreveía en la puerta medio abierta de la sacristía, revestida de lo que parecía la sotana de un religioso, abría ahora el libro que anteriormente había depositado sobre el atril, buscaba afanado una página en cuestión y, con aparentemente todo preparado, comenzó a leer con voz grave y ronca, rozando lo gutural, que hacía reverberación entre los muros de la catedral, vacía, produciendo un efecto de ultratumba tal que encrespaba el vello incluso al más aguerrido. A mitad de su salmondia, sin dejar de recitar aquella retahila de palabras, comenzó a hacer extraños aspavientos de forma exagerada, tomando el puñal que había sacado con anterioridad de sus ropajes, y rozándolo con suavidad por el cuerpo de la joven, que, muy quieta y asustada ante la presencia del macabro hombre, encogía el vientre y detenía la respiración cuando notaba la fría punta afilada de la daga. El sacerdote, aún murmurando las palabras del libro, apretó el puñal ligéramente por la zona intermedia de los senos de la muchacha, que, de puro terror no pronunció siquiera sonido alguno al ver la sangre brotar de su canalillo. Aquél que la había atado al altar, con expresión lasciva, recorrió la hilera de sangre con la lengua, para sonreirle después a ella, mostrándole sus dientes amarillentos tintados en carmín. Al mismo tiempo, con la mano libre con la que no sostenía el arma, acarició, aunque más bien con brusquedad, el pecho de la joven, regocijándose, mientras descendía por el cuerpo de la chica, hasta pasar sus sucios y ásperos dedos de uñas mugrientas por la zona más intima de ella, que intentó cerrar las piernas como pudo, sin posibilidad debido a los grilletes, y después le introdujo sin el más mínimo miramiento dos de sus dedos en el interior, a lo que la muchacha soltó un fuerte gemido que se asimilaba más a un grito de dolor que a uno de placer, mientras apretaba los dientes. El que le había conducido a emitir aquél sonido, retiró los dedos, que relamió con gusto, para, por último, pasar la mano por la cara de la joven, que con el ceño fruncido y mordiéndose el labio, no conseguía retener del todo las lágrimas que asomaban por sus ojos vidriosos. Parecía tan aterrorizada y minúscula allí atada, intentando encogerse para evitar a su captor sin resultados mientras un sudor frío, causado por el pánico, le recorría la frente, y aun así el que en un futuro se beneficiaría de ella, no sentía la más mínima lástima, al tiempo que terminaba de leer las oscuras y arcanas palabras del libro. Cuando los ojillos, menudos, ajados y malévolos del sacerdote se cruzaron con los de su prisionera, esta no pudo evitar las dos lágrimas que se le derramaron por las mejillas. El practicante, daga en mano, tomándola con ambas y los brazos en alto, se dispuso a atravesar el corazón de la joven como colofón a aquél ritual de sacrificio a quién sabe qué tipo de oscura deidad.
En la tronadora tormenta exterior, un rugido ensordecedor se apoderó de las calles. El agua se veía desplazada hacia los laterales del asfalto por la goma de los neumáticos de la impresionante moto que cruzaba, a su máxima velocidad, la ciudad, salvando los obstáculos con evidente maestría. La moto se detuvo, con un breve y violento derrape, y cuando su conductor la abandonó, con rabia y rapidez, ni siquiera pareció importarle que su pesado transporte se desequilibrase y cayese contra el suelo, pues no le había echado el seguro. También se quitó el casco, que tiró con fuerza contra el suelo. Sacudió la cabeza para apartarse el cabello de la cara y corrió hacia los portones de madera y hierro que impedían el paso al interior del impresionante edificio de piedra. Forcejeó con ellos sin éxito, y pocos segundos después, sacándose un arma de fuego de la funda ubicada en su cinturón, disparó una sola vez al candado algo oxidado que custodiaba las puertas, el cual cedió. Él empujó con energía. Las puertas de la catedral se abrieron de par en par, y en su portal había un joven jadeante. Al levantar la vista, la media melena rubia que le caía por los hombros, entre lisa y ondulada, salpicó el agua que se le escurría por el pelo. Sin darle tiempo a reaccionar al ser que se encogía ante la repentina luz de un rayo que se pudo entrever en el cielo, el motorista disparó no una, sino tres veces. Y las tres dieron de lleno, corazón, estómago y cráneo. El sacerdote cayó fulminado ante la incrédula chavala que aún no podía creer que había escapado de las garras de la muerte por escasos segundos. Su salvador, que parecía alto, se quitó la chupa de cuero negro y, mientras avanzaba hacia ella, se la tiró extendida, cayendo, casualmente, en una posición que libraba de miradas indiscretas las zonas más intimas de la muchacha. Rebuscó algo en el cadáver inerte de aquél al que había abatido, y finalmente un tintineo reveló un llavero del que pendían algunas llaves. Probó con las distintas llaves hasta que consiguió liberar a la chica, que le dedicó una mirada agradecida. Ahora que estaba cerca, se fijó en quien la había liberado. Efectivamente, era alto, y ahora que no llevaba la chupa, podía apreciarse su constitución, que si bien delgada, era fornida también. Pero lo que más le llamó la atención fueron los ojos celestes, limpios y claros como el cielo de primavera, que la miraron fijamente segundos antes de que él se diese la vuelta y le dijese, con una voz tan suave, intensa, firme pero a la vez aterciopelada y clara que no pudo sino quedarse turbada por unos instantes:
-Espera aquí.
Ella asintió, y sentada en el altar, cubriéndose solamente con la chaqueta, vio cómo él regresaba poco después con una túnica que había sacado de la sacristía, donde se vislumbraba, con más claridad, ya que el guaperas aquél había abierto la puerta de par en par, la figura yacente del párroco. Se la dio en mano, y le dijo que la esperaría en el exterior. Cuando ella salió por la puerta de la catedral, aún lloviendo, le entregó, tímida, la chupa a su respectivo dueño, que se la pasó a ella por los hombros.
-Quédatela, la vas a necesitar más. -Fue su único comentario.
Y era cierto, ya que él iba enteramente vestido de cuero, y quisiese o no, abrigaba más y repelía la lluvia mejor que las ropas de cura. La chica se la puso bien y se la abrochó. El motorista había recogido su moto del suelo, y ahora la ponía en marcha, con un suave murmullo del motor que apuntaba que estaba lista. Subió a la moto y le tendió una mano a la joven, que, aceptándola, se sentó en el confortable asiento del magnífico vehículo y él se puso en marcha, dejando aquél lugar donde había pasado, sin duda, los peores instantes de su vida, la que ahora se aferraba a la cintura del conductor para evitar caerse, mientras atravesaban el interminable chaparrón que aún seguía en curso.
Sabbath- Filibustero
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Fecha de inscripción : 15/09/2010
Localización : En una piña debajo del mar
Re: ¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
escribir yo también escribo fanfics...pero son hard yaoi...no apto para menores..asi que no los puedo postear >.<
Re: ¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
Sí puedes ponerlos, pero ha de venir escrito en el título [+18]. ^^
Y si quieres, para más censura, las partes más hard puedes meterlas en un spoiler.
Ahora que lo pienso, yo he hecho lo que me ha dado al gana y no he puesto ni +18 ni nada... en fin, así se queda, para quien lo lea, pues ¡sorpresa!. xD
Y si quieres, para más censura, las partes más hard puedes meterlas en un spoiler.
Ahora que lo pienso, yo he hecho lo que me ha dado al gana y no he puesto ni +18 ni nada... en fin, así se queda, para quien lo lea, pues ¡sorpresa!. xD
Sabbath- Filibustero
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Re: ¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
xddddd
esque entonces tendría que poner toooodo mi fanfic en "spoiler" xDDD
esque entonces tendría que poner toooodo mi fanfic en "spoiler" xDDD
Re: ¿Nadie escribe fan fics o qué? Da igual, yo empiezo.
Entonces, con el +18 sobra jajaja
Sabbath- Filibustero
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